Tú señalas el ábside románico de una catedral y sois jóvenes y fuertes. Sentís la eternidad delante vuestro. Pero, estimado, ni sospecháis que gente como yo estamos esperando.
Cuando te vi dormido el otro día, solo y habiéndote alejado de mí, me quedé un rato mirándote y te saqué una foto. Esa foto es para mí, porque verte así me recuerda tu reacción cuando te desperté: ni un sólo gruñido, ni una sola queja por haberte echado de la cama, ni un mal comentario por haberte despertado... simplemente me miraste, sonreíste y me invitaste a tu lado otra vez.
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