Es muy curioso cómo la gente se cree dueña de sus decisiones.



Quiero decir, imaginemos un sujeto al azar, mediocre, feliz y aburrido como cualquiera de los que pueblan este planeta. Imaginemos que un día algo perturba su rutina y se da cuenta de que tiene que tomar una decisión. Él, sujeto completamente seguro de su inteligencia, se convencerá de que ha sopesado los pros y los contras, ha meditado a fondo la cuestión dejando pasar el tiempo estipulado y se levanta seguro de haber tomado una decisión. Estará tranquilo porque cree que ha hecho un gran ejercicio mental, pero lo que sabe y no quiere escuchar es que la decisión ya estaba tomada. Si el sujeto fuera sincero consigo mismo estaría de acuerdo conmigo en que él ya sabía cuál iba a ser, es sencillo, tomamos las decisiones en función de nuestras necesidad, mera supervivencia. Si el sujeto dejara de ser ordinario y gris como la masa del planeta y escuchara a sus necesidades no necesitaría engañarse a sí mismo con reflexiones sin sentido y sabría al instante qué decisión le toca tomar.


Pero es diferente que, siendo consciente de que decisión te toca, te de un miedo horrible aceptarla, retrasando el momento con reflexiones estúpidas que más parecen una lucha interna que un debate coherente.

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