Y sin avisar tenía sobre ella el peso de todo lo que no había vivido. Al principio cada vez que se repetía cerraba los ojos y respiraba hondo, hacía caso omiso a su pulso acelerado y a la rabia que se apoderaba de ella. Pero tras varias semanas así se despertó en el instante en que atravesaba una pared de ladrillos, o un armario, no estaba segura. Al otro lado había oscuridad. Llevaba puesto un chubasquero y unas botas enormes. El ruido la confundía y no era capaz de entender si se movía o no. Seguía al río para mantener una referencia, pero al llegar a la cascada sólo pudo atravesarla. Una tromba de agua de un peso impredecible le cayó sobre la nuca y la aplastó contra el suelo dejándola inmóvil, pero consciente de lo estúpido y peligroso de su situación.