Ya casi era media noche y las luces de la mayoría de las ventanas estaban apagadas. Él me tiró de la mano y, como si quisiera huir de la mirada de un enorme pájaro que acechara a los hombres desde lo alto, cruzó a paso rápido aquella calle y se detuvo debajo de la cornisa. Cuarenta y tres segundos después desapareció.