Estás mirando al frente, te concentras en los otros coches, te mueves con seguridad, te relajas, me sonríes, me acaricias la rodilla en las rectas. Me gusta porque me encanta tratar de distraerte, hablarte, hacer que me mires de vez en cuando... y me gusta porque me siento genial cuando consigo que me des un beso en cada semáforo.
No tengo ganas de explicar nada. Parece mentira que casi sea diciembre y que ya estén las luces puestas y encendidas. Dentro de poco vendrá el típico momento agónico melancólico depresivo en el que nos proponemos hacer balance de otro año más (otro año menos que dolerse de esta cruz). No tengo ganas de hacer balance, no tengo ganas de que pase nada de nada.
No suelo hablar del pasado, no me gustan los fantasmas y no tengo tanta buena memoria como querría, pero hoy haré un esfuerzo.
Desde siempre he sido obediente, haciendo lo que me pedían cuando me lo pedían, eso me hacía sentir bien, buena chica. Hasta ahora todo había ido bien así, pero ya venía notando yo desde hace un tiempo que algo me estaba molestando de este sistema que me había montado, ya no me parecía la panacea que era antes. Algo rechinaba en mí cada vez que, aún sufriendo, pasaba por el aro. "Tienes que hacer algo, cambiar algo" es lo que me repetía todas las noches a las 4 de la madrugada. El cuerpo, que es un ente sabio, me dio un aviso notando que yo no haría nada por mí misma... y ha funcionado, algo ha hecho click y he decidido mandar a la mierda todo lo que no me sirva. No es que me haya vuelto una rebelde, es que ya es hora de hacer las cosas como necesito hacerlas. Me estoy haciendo valiente.
Yo me conozco, hasta hace unos meses si alguien me preguntaba sobre mi futuro no me lo imginaba, me veía aquí, como siempre, en la misma escuela, con los mismos profesores y los mismos compañeros competitivos... pero como he dicho, me conozco, y sé que las cosas van tomando forma en mi cabeza hasta que aparentemente un día tomo una decisión importante (no me engaño, que va, sé que le he dado mil vueltas), y ya la he tomado. Me voy de Erasmus, sí, está decidido. No va a poder ser el año que viene por un motivo muy gordo... pero en 6º me voy, me voy con todas las asignaturas de libre que me dejen. Lo necesito. No me veo con fuerzas de acabar del tirón.
Hace un tiempo que vengo teniendo una sensación extraña. Me pasa sólo cuando estoy sola, y únicamente algunas veces. No sabría explicar exactamente en qué consiste. Me quedo paralizada, sentada, tumbada, y las ideas en la cabeza me dan vueltas. Si esto fuera un diario de verdad, probablemente sería más directa, pondría nombres, explicaría y trataría de analizar qué es lo que está mal últimamente. Siempre he querido ser una persona más analítica, pensar "tengo esta sensación" y responderme "debe ser por A que junto con B me lo provocan", pero me da miedo ser aún más fría con la gente. Hoy en día la gente no quiere que seas fría. Pero me asalta una duda eterna, creo tenerla bastante calada y me parece entender en qué consiste, pero es algo sin precedentes y me da pánico. Es la sensación del cambio inminente. Pero no sería para tanto si no se desvaneciera cada vez que trato de hacer algo al respecto.
PD: los bosques noruegos me han afectado demasiado.
Quiero decir, imaginemos un sujeto al azar, mediocre, feliz y aburrido como cualquiera de los que pueblan este planeta. Imaginemos que un día algo perturba su rutina y se da cuenta de que tiene que tomar una decisión. Él, sujeto completamente seguro de su inteligencia, se convencerá de que ha sopesado los pros y los contras, ha meditado a fondo la cuestión dejando pasar el tiempo estipulado y se levanta seguro de haber tomado una decisión. Estará tranquilo porque cree que ha hecho un gran ejercicio mental, pero lo que sabe y no quiere escuchar es que la decisión ya estaba tomada. Si el sujeto fuera sincero consigo mismo estaría de acuerdo conmigo en que él ya sabía cuál iba a ser, es sencillo, tomamos las decisiones en función de nuestras necesidad, mera supervivencia. Si el sujeto dejara de ser ordinario y gris como la masa del planeta y escuchara a sus necesidades no necesitaría engañarse a sí mismo con reflexiones sin sentido y sabría al instante qué decisión le toca tomar.
Pero es diferente que, siendo consciente de que decisión te toca, te de un miedo horrible aceptarla, retrasando el momento con reflexiones estúpidas que más parecen una lucha interna que un debate coherente.
" La primera categoría anhela la mirada de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del público. Ese es el caso del cantante alemán, de la actriz norteamericana y también del redactor con largas barbas. Estaba acostumbrado a sus lectores y, cuando un buen día los rusos cerraron su semanario, tuvo la sensación de que el aire era cien veces más enrarecido. Nadie podía reemplazarle la mirada de los ojos desconocidos. Le pareció que se ahogaba. Entonces fue cuando advirtió que la policía vigilaba todos sus pasos, que oían sus conversaciones por teléfono y que hasta le sacaban en secreto fotos en la calle. ¡De pronto los ojos anónimos estaban otra vez en todas partes y él podía respirar de nuevo! ¡Estaba feliz! Se dirigía con voz teatral a los micrófonos de las paredes. Había encontrado en la policía al público perdido.
La segunda categoría la forman los que necesitan para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Estos son los incansables organizadores de cócteles y cenas. Son más felices que las personas de la primera categoría quienes, cuando pierden a su público, tienen la sensación de que en el salón de su vida se ha apagado la luz. A casi todos ellos les sucede esto alguna vez. En cambio, las personas de la segunda categoría siempre consiguen alguna de esas miradas. Entre éstos están Marie-Claude y su hija.
Alguien me contó que llevaba 100 días encerrada en aquel bar pidiendo fuego o alguna pista que le ayudara a encontrar la luz dentro del laberinto, el mapa donde está escondido el mar donde arden las promesas donde solías naufragar. Cien días escondiéndose del gris cielo de marzo y sus atascos, tragando niebla por la nariz, soñando contigo en los lavabos, jurando no salir con vida, sellando todas las salidas, buscando en un mar de ginebra una playa en la que encallar.
Me tienes fascinada, me mantienes en ese estado de incredulidad cada día. No lo entiendo, no sé cómo te las apañas para hacerme reír a carcajadas aunque estés cansado, que me des un masaje aunque seas tú el que está estudiando, que finjas que te encanta mi regalo sólo porque lo he hecho yo. No sé, de verdad, cómo consigues cambiar drásticamente mi humor sólo con estar 20 minutos tumbados en silencio en tu cama. Ojalá yo sea capaz de provocar algo similar en ti.
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